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por Señor Sapiens
twitter@vinosapiens
Los famosos vinos de Borgoña provienen de una hermosa región al este de Francia casi sacada de un cuento de hadas. Por cientos de años, estos caldos han seducido a religiosos y ateos, nobles y plebeyos, sabios e ignorantes. Todos enloquecen por igual.
En esta tierra, viñedos vecinos encontrándose a pocos metros de distancia uno del otro, entregan vinos con personalidades únicas. Los néctares a regalar siempre son dos mundos distantes. Un cosmos a lado del otro. Es por eso que Borgoña es Borgoña.
Desde el inicio de los tiempos, sus vinos han sido parte íntima de la historia. Clos de Vougeot fue por centurias el vino de Papas y reyes. Napoleón no tomaba otra cosa que no fuera Chambertin. Alejandro Dumas escribía El Conde de Montecristo mientras disfrutaba de un Montrachet, y Voltaire quien se refería al vino de Borgoña como «el divino jugo de septiembre», atesoraba a los de Volnay como inspiración.
Voltaire mientras bebía, filosofaba para que una nueva nación emergiera. Creía que sus letras servirían como vehículo para modificar la sociedad. Sus sátiras demostrarían el odio a la intolerancia, tiranía e hipocresía. Sabía que con esto se podría cambiar el destino de Francia comprendiendo que, aunque así sucediera, la noble elegancia de los vinos de Volnay perduraría intacta por una eternidad y que en cada nueva generación habitarían inspiradas voces enalteciendo la pureza de esas delicias borgoñonas.
Yo Sapiens, doscientos años después, gozo de un profuso cariño por los mismos tintos favoritos de Voltaire, en particular los que en esa zona produce la familia Lafarge. Michel y su hijo Fréderic, son auténticos productores de vinos finos, sin aderezos, complicaciones, ni modernidades. Cuidan la tierra, aman su cosecha y defienden lo que ésta debe revelar.
El último vino que probé de ellos, fue un Les Mitans Premier Cru 2006. Pinot Noir a su máxima expresión. Flores, flores y más flores brotan de la copa. Habitan en su alma frutos rojos recién machacados. Pecan de sutiles, lo confieso, pero son firmes y lucen con gracia.
Especias exóticas se desubren. El incienso orgulloso emerge. En el paladar, una delicada acidez aviva una juguetona mineralidad. Pureza y elegancia al final.
Voltaire no estaba equivocado al tener una tórrida relación con estos delicados jugos.
Tampoco al creer que no existía país sobre la tierra donde el amor no haya convertido a los amantes en poetas. Yo creo que él encontró el amor en los vinos de Volnay, transformándolos en sus musas favoritas para así coronarse como uno de los más sensibles pensadores de la historia.
Nada más,
El Señor Sapiens
Exploro las historias detrás de lo que como y bebo. Mi inspiración surge de aquellos sabios que conciben elementos únicos que alimentan el alma. Me apasiona el vino, los destilados, la comida y todas las experiencias que giran a su alrededor. Nada más.
Publicado por elcig.mx
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